Banderas de nuestros padres no es el nuevo clásico instantáneo de Eastwood que muchos esperábamos. Ofrece momentos aislados de magnífico cine, escenas bélicas tan espectaculares como crudas (la estela de Spielberg es perceptible en ellas), una elegante fotografía de sombras al estilo de Million Dollar Baby y el acompañamiento sonoro de las parsimoniosas notas del propio Eastwood. Pero el conjunto del filme no ofrece tantos quilates de buen cine como el trabajo citado o la excelente Mystic River. Al menos aún cabe la posibilidad de un rápido resarcimiento a través de Cartas desde Iwo Jima, una propuesta de partida más original al adoptar el inhabitual punto vista del contendiente bélico norteamericano.
Las refulgentes imágenes de los soldados convertidos en estrellas de rock durante su peregrinaje por todo el país tienen un oscuro y cruento envés: el de las incontables bajas de imberbes soldados (…).
La cinta asume un patrón narrativo bastante convencional: el hijo de uno de los soldados que posó para la famoso foto de Joe Rosenthal rastrea el papel jugado por su padre y sus compañeros en la guerra del Pacífico y, en particular, tras aquella histórica instantánea. En sus pesquisas para su libro descubrirá la desoladora verdad enterrada por el tiempo y el silencio de los protagonistas de los hechos. Y averiguará cómo esa foto fue convertida en estandarte por los estamentos militares con el fin de recaudar fondos para una guerra que estaba dejando exhaustas las arcas nacionales. También contemplará cómo se utilizó la imagen de tres soldados, a regañadientes en el caso de dos de ellos, para una mastodóntica campaña de marketing bélico en la que no hubo reparos para mentir, exagerar y, sobre todo, faltar a la memoria de los compañeros caídos en combate.
Así, la cinta ofrece un discurso crítico en la revisión de aquella campaña promocional, pero, sobre todo, pretende homenajear a quienes lucharon en aquella sangría que fue la campaña de la isla de Iwo Jima. De manera que las refulgentes imágenes de los soldados convertidos en estrellas de rock durante su peregrinaje por todo el país tienen un oscuro y cruento envés: el de las incontables bajas de imberbes soldados incapaces de doblegar a los japoneses. El principal problema del filme, y el que lo lastra a la postre, es la poca armonía en el ritmo del relato por culpa de unos saltos temporales mal estructurados. Así, cuando la cinta profundiza en el drama de la triunfal vuelta a casa de los tres soldados, volvemos de improviso al horror de la guerra que de cuando en cuando les sobreviene a cada uno de ellos. Y a estas dos dimensiones temporales, además, se añade una tercera: la del tiempo presente con el hijo del soldado ‘Doc’ Bradley (Ryan Phillippe) entrevistando a veteranos de guerra para su libro. Por tanto, aunque no deja de resultar interesante, la penúltima propuesta de Eastwood (la de mayor presupuesto de su carrera como director) no está bendecida por su maestría de los últimos tiempos. Quizá Cartas desde Iwo Jima (nominada al Oscar a mejor película) nos devuelva la mejor versión del director de San Francisco.
OTRAS OPINIONES
Rosenrod, de Dioses y Monstruos: «Por momentos lo roza, pero Banderas de nuestros padres, a pesar de sus momentos de gran cine, queda por debajo de las obras maestras Mystic River y Million Dollar Baby«.
Jose, de Cine: «Lejos de narrativa Banderas de nuestras padres es una reflexión pura y dura, y, si lo quieren con un término coloquial, un ladrillo».
Cineahora: «Puede que el apartado de interpretaciones sea más anodino que el deseable, o que su ritmo y brillantez sea irregular, sobre todo en su tramo final, pero Eastwood sigue (muy) en forma.»