Bruno Galindo (1968) es un periodista freelance con una contrastada trayectoria en el mundo de la cultura. Autor de varios libros (entre ellos el aquí comentado “Diarios de Corea” ), productor de textos multidisciplinar, figura de la declamación (“spoken Word”) e inquieto agitador cultural, acaba de publicar su primera novela: “El público” (Lengua de Trapo). Defensor de la hibridación de géneros en la literatura, Galindo pone en contexto su nueva entrega editorial.
— Planteas tu novela como un conflicto entre dos mundos, periodísticamente hablando. ¿Cómo piensas que va a evolucionar la profesión ?
— Planteo mi novela como un conflicto entre dos mundos, viejo y nuevo, pero no específicamente en el periodismo, sino en una amplia carta —va del amor a la cultura—, que configura nuestra manera de vivir.
En lo tocante a la profesión periodística, es obvio a estas alturas que la precariedad laboral seguirá agudizándose y devaluará aún más los contenidos. Con todo eso, —sobre todo el externo— se terminará de convertir en una especie de loser de novela negra; yo diría que, como nuevo arquetipo outsider, reemplazará al detective o al policía avieso en la literatura más inmediata.
— ¿Por qué el título de “El Público”?, ¿qué “público”?, ¿al igual que el protagonista habla del “target” de lectores del periódico para el que trabaja como un analista de mercado, tu tenías en mente un tipo de lector determinado para tu novela?
— El público como ente colectivo indefinido, invisible, sin género… pero real. El público somos todos, y abarca todo el espectro de sensibilidades: de lo más brutal a lo más exigente. Siendo una novela sobre esa audiencia, esa figura del espectador, su nombre me parece natural e idóneo.
No tenía ningún retrato robot del lector, aunque supongo que al haber acotado el target en el argumento, puedo haber llamado de manera subliminal a un lector de esas edades [25-40].
«El periodista terminará siendo el nuevo arquetipo de ‘outsider’, reemplazará al detective o al policía avieso en la literatura más inmediata (…)»
— En la solapa del libro, éste es definido como un “thriller distópico”, pero, más que ambientada en un futuro lúgubre, la historia resulta, por desgracia, muy “actual”.
— Que la solapa del libro señale ese rubro tiene que ver cierta interpretación crítica, pero también con la ficción (de un modo que no puedo mencionar por no estropear la experiencia al futuro lector).
Coincido en la “actualidad”, aunque la novela es de 2009. No tanto en la trama central —medios de comunicación, manipulación, pequeñez del individuo en el sistema— sino también en otras historias presentes en el libro: el fracaso de un amor que podríamos catalogar de romántico, el súbito abandono de una urbanización a medio construir, ese atentado en la India, etc.
— Me gustaría que nos desvelaras algunas claves sobre los procesos creativos, por así decirlo. La “acción”, usando un término cinematográfico que creo que se ajusta a la estética de la novela, se desarrolla en varios escenarios que acaban confluyendo casi milimétricamente. ¿La estructura estaba muy meditada antes de empezar a escribir, fue cambiando sobre la marcha, las dos cosas?
— Las dos cosas. Conocía bien el principio y el final del libro, así como a su protagonista, cuando empecé a escribirlo. No así el desarrollo, ni los otros personajes, ni las situaciones. Tenía claro también que quería encontrar un enlace natural que emparentara la ficción narrativa y el ensayo; me interesaba un medido cruce de géneros; de esos dos en particular.
«En ninguna parte está escrito que no se puedan combinar géneros (…)»
— ¿Qué utilidad ves de los ejercicios de estilo (y aquí incluyo las rupturas tipográficas o la inclusión de gráficos…) y hasta dónde crees que éstos deben llegar?, ¿no crees que su uso abusivo o central puede convertir la escritura en un ejercicio frío y cerebral, algo muerto antes de nacer? Reconozco que esta reflexión me ha venido pensando en los polémicos experimentos de Fernández Mallo.
— Creo que esos elementos extraliterarios que tú llamas ejercicios de estilo pueden quedar bien, mal o regular, dependiendo de la naturaleza de la obra. Te doy la razón: puedes cargarte un texto si no vienen a cuento, o si hay demasiados. Si no pegan, dejarán al autor en evidencia intentando ser posmoderno. En mi novela —que a mí me parece más clásica que experimental— creo que subrayan determinadas situaciones, y añaden. Esa inclusión de gráficos del principio y del final, por ejemplo, resulta clave a mi manera de ver.
En, pongamos, “El hacedor (remake)”, u otras de Fernández Mallo, los recursos son absolutamente protagonistas, y convierten la lectura en una aventura de la que soy partidario. ¿Puedes leer a Mallo sin esos efectos? Claro que no. Mi respuesta a tu pregunta es, entonces: depende.
— Al hilo de lo anterior, soy de los que piensa que, sin necesidad de llegar a los extremos de Hunter S. Thompson, se escribe mejor de lo que se conoce de primera mano. ¿Hasta qué punto te han ayudado tus experiencias personales para dar sustancia a la novela?
— He trabajado en varios periódicos, vivido en Madrid, tenido relaciones que han servido para describir, respectivamente, la rutina en un medio de comunicación, el día a día de una gran ciudad española y ciertas tendencias que pueden ocurrir en determinados romances. Está claro que describo mejor esos entornos conociéndolos que ignorándolos. Ahora bien: nunca he olvidado que estaba escribiendo una ficción no autobiográfica. Mi vida no interesa a nadie. Esta historia espero que sí interese a alguien.
— ¿En algún momento has temido por la incomprensión hacia tus intenciones formales al combinar ensayo y novela, que pareciera que al final fuese criticada porque pareciera no ser ni una cosa ni la otra?
— No pretendo gustar a todo el mundo. Creo que la literatura contemporánea es (o puede ser) híbrida, y que quien no lo comprenda se pierde libros interesantes. En ninguna parte está escrito que no se puedan combinar géneros. ¿Cómo tiene que ser la literatura hoy en día? ¿Cómo tiene que ser cualquier cosa?
— Antes te he preguntado por el mundo del periodismo, obviamente indisociable del mundo editorial. Desbordado por las nuevas tecnologías, ¿no piensas que debería replantearse su modelo de negocio?
— Sí. Claro. Me sorprende que no lo haya hecho aún; esa impresión que ha dado durante tantos años, como de “se podrán hundir todas las industrias culturales, pero esto a mí no me va a pasar”. Creo que todo el mundo tiene algo que replantearse en este ámbito: las editoriales tendrán que adoptar posturas tecnológicamente creativas, los escritores deberán hacerse notar presencial y electrónicamente, a las librerías no les vendría mal desarrollar estrategias (con los editores y con los escritores) para no perder a los lectores, e incluso sumar público. Hay que reinventarse ese modelo de negocio, lo que no quiere decir que haya que sacrificar muchas cosas que nos gustaron en la era Gutenberg.
— En ‘elojocritico.net’ nos dedicamos a recomendar libros que nos parecen interesantes, como “El Público”. Nos gustaría que contribuyeras a la causa con tus últimas lecturas.
— Una extranjera: “El congreso de literatura”, de César Aira. Una nacional: “Alma”, de Javier Moreno.