La portentosa trilogía de Christopher Nolan sobre Batman parece hilvanada por una una idea subyacente presente en las tres películas (en especial, en la primera y en esta última). En todas ellas, la ciudad de Gotham representa a una sociedad (¿la nuestra?) corrupta e insolidaria que sólo merece la purga radical para su redención. En la segunda, con la presencia de un Joker empecinado en demostrarle a Batman que nadie es incorruptible (ni el inquebrantable fiscal Dent), asistimos a la gratuita devastación de la ciudad por parte de un bufón del caos sin motivación ejemplarizante. Aunque en uno de los mejores duelos dialécticos del filme entre Batman y el Joker, éste sí alude a nuestro quebradizo orden social: “(…) Su moralidad, su ética, es una gran mentira. Se olvidan a las primeras de cambio. Sólo son tan buenos como el mundo les permite ser. Ya verás, cuando las cosas se tuerzan, esos individuos civilizados se matarán entre ellos”.
Nolan ha sido capaz de restituir a este personaje del cómic ruinmente expoliado por los estudios tras los primeros éxitos de Tim Burton
En este tercera entrega, la historia se retoma en una Gotham pacificada ocho años después de la muerte del fiscal Harvey Dent, cuyo legado de una ciudad libre de delincuentes se sustenta en unas leyes implacables y en la mentira autoinculpatoria de Batman para limpiar el nombre del fiscal y convertirlo en un símbolo de justicia. Esa mentira le ha costado al héroe el ostracismo, su persecución como delincuente, y a su álter ego, el millonario Bruce Wayne, una vida de ermitaño solitario y apático. Pero su pasado le persigue. Así, el villano Bane recluta un ejército en las alcantarillas para promover una revuelta social y la destrucción de una Gotham controlada por una élite de oligarcas. De nuevo, Wayne/Batman se halla en una encrucijada. Su fiel mayordomo Alfred le insta a retomar su vida como Bruce Wayne y la hábil ladrona Selina Kyle (Catwoman) le aconseja que, como ella, sea un superviviente. Sólo su amigo, el comisario Gordon, y el inspector Blake mantienen la fe en este héroe con vocación de mártir. Porque el Batman de Nolan pretende ser un símbolo, una inspiración para una sociedad puesta al borde del precipicio para asumir su fracaso. La heroicidad de Batman, por tanto, reside en dar esperanza cuando todo parece perdido.
- Why so serious?
Por Matías Cobo
Pero estas tres películas son también vehículos para el puro entretenimiento y, por tanto, no se olvidan de epatar con secuencias cuya espectacularidad se ha incrementado con cada nueva entrega. Las tres nos han presentado a un Batman dotado de una tecnología militar más verosímil y los escenarios urbanos han mostrado una estética más tangible. Y la fuerza de las tres películas también ha venido derivada del magno pulso mantenido entre el héroe y sus respectivos villanos, a cada cual más temible. Particularmente me quedo con el Joker de Ledger, sobre todo por el excelente trabajo de composición del personaje logrado por el malogrado actor australiano. Aunque el Bane de esta tercera parte también resulta temible y se hace acreedor a su fama de mala bestia ganada en el cómic ‘Knightfall’, cuando Bane le quebró la espalda al murciélago en un enfrentamiento (lance recreado en el filme).
Por tanto, este director de precoz talento ha sido capaz de restituir a este personaje del cómic ruinmente expoliado por los estudios tras los primeros éxitos de Tim Burton. Y lo ha logrado con un sello de autor que ha elevado a estas cintas muy por encima del típico cine de acción y puro entretenimiento. Nolan ha reconciliado a Batman con el cine.