La imagen glamurosa del espía fomentada machaconamente por el cine parece ya en desuso, excesivamente explotada. Las últimas producciones con trabajadores de agencias de espionaje como protagonistas vienen a corroborar esta tendencia con ejemplos como los de Syriana, El buen pastor e incluso, pese a no renunciar a las exageraciones propias de la saga, el último Bond encarnado por Daniel Craig, mucho más terrenal y vulnerable que sus antecesores. También éste es el caso de El espía (Breach), segundo trabajo del director Billy Ray, quien debutara con El precio de la verdad (Shattered Glass), notable filme financiado por Tom Cruise.
Y resulta curioso que, para ambos trabajos, Ray se haya basado en dos populares escándalos: en el caso de en El precio de la verdad, en el de un periodista con un exceso de inventiva para sus relatos, y en El espía, como adelanta su elocuentísimo título castellano, en la historia de un agente secreto considerado el mayor traidor/topo descubierto en las entrañas del FBI. A juzgar por la temática de ambos trabajos, a Ray le deben interesar mucho los personajes tramposos y con doble vida.
El enfoque de verismo de este sobrio relato es perceptible desde sus títulos de crédito iniciales, con las imágenes televisivas de John Ashcroft, fiscal general de la primera Administración Bush, anunciando la detención de Robert Hanssen, agente del FBI que vendió secretos y a espías norteamericanos a la URSS durante más de 20 años. Su caso, quizá el de mayor trascendencia pública conocido hasta la fecha, se consideró uno de los mayores desastres ocurridos en el seno de la inteligencia norteamericana.
Pero la cinta no aborda tanto el modo en que este hombre pudo filtrar secretos a un gobierno rival durante dos décadas, como las posibles razones y motivos de Hanssen. De modo que El espía trata, sobre todo, de profundizar en la extraña y contradictoria personalidad de un agente especializado en sistemas de gestión de la información cuya gris tarea, muy alejada de la gloria predestinada para los agentes de campo, nunca fue sometida a un severo escrutinio.
Para guiarnos por este viaje a la mente de Hanssen, otro personaje muy alejado de él, el joven agente Eric O’Neill, interpretado eficazmente por Ryan Phillippe, será quien nos adentre en el complejo mundo de este personaje creado con gran riqueza de matices por el excelente Chris Cooper, actor habitualmente relegado a la tercera línea de los créditos finales. A O’Neill le asignarán la tarea de ‘cazar’ a Hanssen en una de sus traiciones para evitar su retirada del FBI sin ni siquiera haber pisado un tribunal por su incontable lista de delitos. De modo que, durante gran parte de la película, ambos se medirán en el típico pulso entre el alumno aventajado y el viejo zorro que se las sabe todas. También aparece en el reparto la siempre espléndida Laura Linney en el papel de jefa de O’Neill.
Excelente el trabajo de Chris Cooper, un habitual de la tercera línea de créditos, dotando de complejidad y profundidad a su contradictorio personaje
En definitiva, la sencilla propuesta de El espía es la de explicar cómo un agente de acrisolado patriotismo y aparente honradez pudo ‘vender’ a su país a una potencia rival. Por qué extraño cruce de cables en su mente pudo tomar decisiones tan lesivas para la seguridad de su país. Muchas de los argumentos esgrimidos en el filme apuntan al continuo desprecio mostrado por los superiores de Hanssen hacia su labor, considerada de ratón de oficina pero que, como él mismo demostró con su traición, era mucho más crucial y requería mucho más dedicación y esfuerzo para salvaguardar la información sensible en materia de seguridad nacional. Porque en cierto modo, y aunque parezca un impresión simplista, El espía es la típica historia de venganza del empollón hacia los más guapos y populares de la clase.