El deseo de reconocimiento y pertenencia, la búsqueda de un sitio propio al margen de un mundo reglado por los adultos, en suma las recurrentes pulsiones de cualquier adolescente a través de los tiempos, son el motor de “Las chicas”, una novela inspirada en la matanza de “La familia Manson”, lo que ha debido de suponer tanto un plus de atracción comercial como un incómodo reto por salir airosa de tan comprometedora aventura para la joven escritora Emma Cline (1989).
La protagonista, Evie Boyd, es una muchacha vulnerable y por tanto fácilmente impresionable, que cae hechizada por un grupo de transgresoras chicas – desarrollando una fijación especial hacia su líder Suzanne – que pertenecen a una comuna hippie devenida en secta por mor de su manipulador gurú Russell, un timador y músico frustrado con una capacidad de manipulación fuera de lo común. Estamos a finales de los 60’s con el trasfondo de la contracultura, donde la inocencia y la estulticia siguen siendo dos caras de una única moneda cuyo canto aún gira dando vueltas ambiguamente. Una época plagada de jóvenes anhelantes cuyos entornos familiares están desestructurados y que quieren vivir al margen de las convenciones, reafirmarse los unos a otros dentro de un grupo dando la espalda a un mundo que no les comprende. Ahí está Evie, y Suzanne, y las otras chicas, las estrellas de un relato que disecciona a la perfección sus mecanismos mentales, los que las lleva a actuar como finalmente lo hacen. Lo mejor del libro es como Cline nos hace ver por los ojos de Evie: cómo piensa, cómo siente, cómo descubre un mundo nuevo que a la vez se oculta parte de él a sí misma de forma selectiva.
Buen debut literario que ofrece mucho si nos olvidamos de las excesivas expectativas generadas a su alrededor.
Una protagonista que alternará su relato en dos tiempos cronológicos, la Evie adolescente que coquetea con una secta sin acabar de integrarse del todo y la Evie adulta que recuerda, que parece seguir albergando a esa chica confusa ahora sumida en un anonimato vagamente culpable. Russell, los crímenes, contados estos de forma elíptica, todo lo demás, es un simple atrezo, un decorado de vívidos recuerdos en los que la Evie adulta es una mujer igualmente solitaria y con menos atractivo que la chica que rememora, por lo que puede defraudar, pero que sirve a la autora para mostrar la prosaica realidad de un personaje cuya anodina existencia gira alrededor de la recomposición de un suceso tan aterrador como icónico en el imaginario colectivo. Un buen debut literario que ofrece mucho si nos olvidamos de las excesivas expectativas generadas a su alrededor.