Leído el título fuera de contexto, uno podría pensar que se encuentra ante una especie de manual de autoayuda, en este caso aplicado a lo económico. Pero después de terminada, la tercera entrega sobre la materia de estudio más interesadamente politizable que existe del abogado y periodista de El Confidencial, me he quedado más bien con la sensación de haber leído algo así como un tratado de filosofía. No en vano, la cultura, tan denostada hoy día por teóricamente poco práctica cuando la circunscribimos al sentido tradicional de las humanidades, es una constante reivindicativa a lo largo de sus páginas, y sirve para que el autor ponga en contexto el capitalismo actual y su soporte ideológico a la altura de cualquiera de las religiones más intolerantes y obcecadas que hayan existido.
La financiarización de todos los sectores productivos, culturales, educativos y sociales está destrozando los cimientos de la economía real.
El punto de partida de Hernández es más o menos que, al igual que el comunismo o el cristianismo, el capitalismo, que en sí no es valorado como mejor o peor que cualquier otro sistema organizativo o doctrinario de la historia, varía tanto como lecturas interesadas se hagan del mismo. De hecho, el autor concluye que el capitalismo tecnológico actual funciona en contra de sí mismo, predica una cosa y ofrece otra, se autodestruye, básicamente por la infinita codicia que se constituye en su único motor. En un momento en el que la eficiencia es pregonada como dogma de ley, la financiarización de todos los sectores productivos, culturales, educativos y sociales está destrozando los cimientos de la economía real, siendo absolutamente contraproducente y disfuncional, lo que pone en peligro el propio sistema que dice optimizar. En paralelo, en las sociedades occidentales teóricamente igualitarias, donde todos deberíamos tener los mismos derechos, sabemos que los que están en la parte superior y cada vez más estrecha de la pirámide económica se pueden saltar las reglas de juego —de hecho son invitados a hacerlo— válidas para los demás y que la meritocracia que pregona el liberalismo funciona de forma radicalmente diferente según la posición de partida inicial. Al igual que los sistemas comunistas esclerotizados de los países supuestamente socialistas en su momento, en el mundo actual sin contrapeso ideológico, cien por cien capitalista y globalizado, todo funciona alrededor de una gran mentira teórica, el libre mercado, y todo se justifica: si eres feo y pobre es porque algo has hecho mal. Un discurso terrible que hemos interiorizado los pobres diablos atomizados como estamos en empresas donde la unión de los trabajadores es una quimera del pasado. Las explicaciones de esta nueva realidad inestable, compleja e impredecible en la que estamos sumidos y de la que los populismos de derechas tan buen partido están sacando usurpando el papel de una desorientada izquierda, ya no son válidas para comprender lo que nos rodea, y sin este conocimiento estamos perdidos, viene a decir Hernández. Todo muy interesante y esclarecedor, pero como siempre sucede con este tipo de digresiones, me da la impresión de que el aporte de soluciones o alternativas final es más una justificación testimonial a modo de epílogo que un discurso del que el propio autor esté convencido. Una excelente invitación a la reflexión, que no es poco.