Dadas las fechas, el alud de estrenos de producción multimillonaria está a la vuelta de la esquina. El Código Da Vinci, Misión Imposible III y productos similares son las locomotoras de la industria. Lo sorpredente en ellas es hallar atisbo de arte, pues se hacen siempre mirando de reojo el rendimiento taquillero. Más que películas, son compañías temporales donde se estudia más el plan de marketing que el guión. Pero filmes como Hard Candy demuestran que la escasez de dinero se puede compensar con un buen puñado de ideas para narrar una historia con originalidad y transmitiéndole al espectador las sensaciones pretendidas. Y esta cinta, con vocación de thriller psicológico, las traslada con solvencia y partiendo de una historia mínima. Desde la brillante idea de su sugerente cartel (la niña con la caperuza roja en el cepo), se nota que se han cuidado al detalle todos los aspectos formales de una película cuyo guión, por lo demás, cuenta una historia no especialmente original y predecible a poco que se lea alguna reseña o la propia sinopsis del filme. Se trata de la típica inversión argumental en la que la víctima se convierte en verdugo. Es decir, aquí caperucita es el depredador y el lobo la presa.
Su estilo consigue mantener el continuo crescendo de ansiedad y agobio propuesto desde el inicio
Pero al margen de que sea predecible quién se comera a quién, su estilo consigue mantener el continuo crescendo de ansiedad y agobio propuesto desde el inicio. Para ello, la película usa hasta la saciedad los primeros y primerísimos planos de las caras de los dos protagonistas, únicos personajes del filme a excepción de las breves apariciones de Sandra Oh (Judy Tokuda) y Jennifer Holmes (Janelle Rogers). Resulta casi asfixiante el abuso de este encuadre y, aunque no sea muy ortodoxo, consigue su principal objetivo: agobiar. Lógicamente, esta elección de planos tan particular no se sostendría si los protagonistas no brillarán a gran altura en sus interpretaciones. Cosa que así ocurre y, en especial, en el caso de la precoz Ellen Page (Hayley Stark), genial en su papel de ambigua, perspicaz y aterradora Lolita. Patrick Wilson (Jeff) también le da una estimable réplica como verdugo cazado en la trampa del «caramelo envenenado».
Entre réplicas y contraréplicas dialécticas, la película va desmadejando los hechos subterráneos de la trama y, lógicamente, intentará sorprender al final. Lo consiga o no es irrelevante para mí; lo que me ha gustado es cómo nos lleva hasta ese punto. Habrá espectadores más centrados en saber quién dice la verdad, en adivinar quién se saldrá con la suya finalmente, pero, entre tanto, la tensa sensación no desaparece del espectador durante todo el metraje. Y no desagrada con imágenes explícitas, sino que el fuera de campo lo aprovecha hábilmente para sugerir y seguir con el juego: ¿cumplirá Hayley sus terribles amenazas? Si quieren saberlo, antes deberán pasar por la hora y media de tensión claustrofóbica propuesta en Hard Candy.