Seré breve, pues la ocasión lo merece. Tristán e Isolda, autopromocionada como el antecedente de Romeo y Julieta, me pareció una floja película incapaz de emocionar como la gran historia de pasiones que se nos vende ni tampoco entretiene como cinta de batallas medievales. Su falta de originalidad es clamorosa: hace una refritanga de tópicos trillados en cintas de similar pelaje e igual mediocridad. A Tristán, el héroe, le ocurre lo habitual en estos casos: le matan a sus padres y, de mayor (cosa que ocurre en un simple paseo por el campo –por arte de magia, la estela de un renacuajo se difumina en la de un talludito adolescente–), será el líder/guerrero/rey que guiará a su pueblo a la victoria frente al malvado enemigo. Pero para abundar en más tópicos (hasta aquí, hemos copieteado un poco a Conan), el filme busca otra sonrojante y absurda influencia: el torneo entre caballeros para ganarse a la hija del rey convocante de la pachanga. Aquí aparece el tufillo de Heath Ledger y su Destino de caballero. Si a todo eso le queremos dar un tono de zafio romanticismo, al estilo del Romeo+Julieta de Di Caprio, tenemos una ecuación de fast food fílmico de lo más hortera. Las chicas se quedarán con el careto de James Franco, mientras que los chicos nos quedamos con la bonita cara de Sophia Myles. Por cierto, os habéis preguntado alguna vez por qué en estas películas los protas son tan guapos y salen siempre tan relimpios, mientras que el resto del reparto sí tiene un feo careto para acojonar dando mandobles y parece llevar unos cuantos meses sin haberse aseado. Se ve que el medievo no perjudicaba a todos por igual.