¿Es el lector un animal de costumbres? No para Jim Dodge. Para que el profano en la obra del escritor californiano lo entienda, sumergirse en los libros de J.D. es algo así como salir de juerga con ese amigo con el que sabes que no merece la pena intentar mantener el control de la situación, presagiando que vas a pasar un tiempo tan intenso y memorable que, durante el mismo, aprenderás más de la vida de lo que has llegado a sospechar hasta ahora por tu limitada experiencia. Recibirás un inopinado doctorado en comprensión de tus semejantes y se te mostraran de la forma más entretenida y menos convencional que puedas imaginar los mejores consejos con ejemplos prácticos, siempre llevándote al límite y sin que te percates de ello al penalizarse cualquier intención aleccionadora o retórica trascendente.
Los libros de J.D. es algo así como salir de juerga con ese amigo con el que sabes que no merece la pena intentar mantener el control de la situación (…).
Dicho de otro modo, si Dodge dirigiera un tour operador, sería un auténtico disloque porque sólo tendrías garantizado el billete de ida, y probablemente tu destino cambiaría sobre la marcha, incluyendo el motivo por el que empezaste un viaje del que volverías siendo una persona totalmente distinta de la que partió. Quizás la diferencia entre un libro de aventuras al uso y las historias de Dodge la encontremos comparando las experiencias de un turista y un viajero.
La disparatada historia de su protagonista, un buscavidas llamado Gerorge Gastin que se gana las habichelas destrozando coches para que sus propietarios puedan cobrar el seguro y que decide dar un final épico y fuera de guión a un Cadillac que ponen a su cargo, es como una matrioska por la que van desfilando toda suerte de personajes tan extravagantes como sugerentes con los que se va encontrando en esta alocada “road-novel” impregnada de rock’n’roll clásico y anfetaminas. Diálogos de un ingenio e hilaridad que rivalizarían sin problemas con el más logrado de los guiones de Tarantino, se alternan con reflexiones de profundidad intelectual y calado espiritual que surgen con naturalidad y falta de pedantería, todo envuelto en un cóctel espídico de surrealistas andanzas al volante, epifanías lisérgicas y reconstrucciones personales. Querido lector, queda usted advertido: si se aburre es porque quiere.