Disculpen las molestias, pero antes de seguir leyendo, les voy a pedir que tengan la deferencia de ponerse en el lugar del que esto escribe. Permítanme tener la desvergüenza de escurrir el bulto y colocar la pelota en el tejado del lector con esta reseña tramposa. Imagínense por un momento que tienen que enfocar la disección de una novela subtitulada “Una epopeya alquímica” con el espíritu de un sufrido archivero encomendado a la tarea de catalogarla en una biblioteca en función del género y la temática. ¿Por dónde empezar?
El hecho de que las peripecias del protagonista discurran en gran parte por carreteras secundarias de California a modo de una “road movie” les llevaría a detenerse en la sección de literatura de viajes, pero al tratarse de periplo simbólico o de iniciación que desemboca en una suerte de búsqueda de redención introspectiva, les surgiría la duda de disponerlo en el apartado de religiones exóticas, filosofía beatnik o, si me apuran, en el de misticismo new wave dada la fuerte presencia purificadora de la naturaleza, en caso de existir categoría tan rocambolesca. Por otro lado, aunque puede que hayan pensado en los libros de autoayuda al tratarse de una historia de superación personal, el hecho de que los instructores del protagonista pertenezcan a una sociedad secreta de bandidos y forajidos quizás les decantara por la sección de masonería. Toda vez que hubieran descartado el estante de ética hedonista por reduccionista y el de teorías conspirativas a causa del carácter satírico de los complots entre misteriosas corporaciones internacionales y oscuros tentáculos gubernamentales que alimentan parte del texto, puede que se dirigieran a la sección de literatura juvenil de aventuras con tintes socráticos, aunque la poderosa incidencia del sexo y la violencia (el libro empieza con un epatante puñetazo propinado por una adolescente a una monja) les haría comprender lo desaconsejable de esta decisión. Que conste que no me olvido de que en algún momento se les habrá pasado por la cabeza colocarlo seguido de alguno dedicado a los psicotrópicos por el fuerte protagonismo de las drogas alucinógenas, o que sin duda habrán especulado con deshacerse de él en la zona de libros de magia, ya que a fin de cuentas el objetivo final de las eclécticas enseñanzas que recibe Daniel Pearse, que es como se llama el protagonista, que antes no lo había dicho, consiste en practicar el escapismo houdinista por medio de la invisibilidad. ¿Contracultura, realismo mágico, anarquismo, picaresca, humor…? Ya pueden dejarlo, gracias. Sólo era una hipótesis.
‘Stone Junction’ es un libro peligroso (…). Asomarse a sus páginas es un arriesgado —aunque gratificante— ejercicio de abucción pasiva o una forma de evasión adictiva.
Muchas son las dudas y una sola la certeza: “Stone Junction” es un libro peligroso, lo que bien podríamos considerar una etiqueta más siempre y cuando obviáramos feas connotaciones censoras. Déjenme explicarles. La razón de semejante alarmismo reside en que Dodge es lo que los anglosajones llaman un “storyteller”, un cuentista de primera que diríamos nosotros, un embaucador con dotes de seductor capaz de trasladar esta habilidad a la escritura y enganchar desde el primer párrafo al lector más escéptico. A la velocidad casi alocada con la que inicialmente se suceden los acontecimientos narrados, con el incesante desfile de secundarios, a cual más carismático y memorable, y dadas las asombrosas situaciones en las que Daniel se ve envuelto, asomarse a sus páginas es un arriesgado —aunque gratificante— ejercicio de abducción pasiva, o si lo prefieren una forma de evasión adictiva cuando no de absorción obsesiva.
Por razones de estilo que espero hayan quedado justificadas cuando menos pírricamente, aun respetando su esencia, he invertido el orden de la primera y más básica norma del periodismo, de forma que después de la opinión, les dejo con la información. “Stone Junction”, publicada por primera vez en 1990, es la tercera de las tres únicas novelas escritas por Jim Dodge (1945), y lo que podría considerarse como una obra de culto. Prologado por Thomas Pynchon y reeditado por Alpha Decay con su título original en inglés después de que esta misma editorial lo publicara en octubre de 2007 como “Introitus lapidis” sin obtener la repercusión que sus responsables consideraban que merecía, estamos ante un libro…digamos poco convencional. Pearse, hijo de madre soltera, tras la muerte-asesinato de ésta es protegido y educado por la AMO (Alianza de Magos y Forajidos), una organización libertaria secreta donde pintorescos “outsiders” dirigidos por un sabio e intrigante líder llamado Volta luchan contra cualquier forma de control establecido. Poniendo a su disposición —que no a su servicio— distintos maestros cuyas impactantes personalidades dejarán huella en el lector, la AMO, con un “modus operandi” en apariencia caótico, completa la instrucción de Daniel en las artes más extravagantes con el fin de arrebatar al gobierno la custodia de un diamante esférico de tres kilos de origen desconocido y poderes sobrenaturales que lo emparentan con la Piedra Filosofal o el Santo Grial. En fin, lo típico.
Si bien “Stone Junction” tiene virtudes incontestables como su magnífica prosa, ritmo trepidante, diálogos ingeniosos, impagable sentido del humor y una desbordante imaginación, la cualidad que más admiro es, de largo, su decidida cruzada contra la estupidez. Una batalla no declarada que, a diferencia de autores que la enfocan desde el cinismo descreído, cuando no desde la crueldad gratuita, Dodge libra a base de bondad y nobleza, con una actitud comprensiva y honesta, haciendo prevalecer los sentimientos hermosos, escribiendo con el corazón. No lo duden, háganse con un ejemplar, liberen su mente y déjense llevar.