Resulta inevitable valorar este último trabajo de Eastwood con gratitud a su cine. No todas sus películas son magistrales, aunque cuente con un buen puñado de ellas, pero en casi todas hay un momento, un diálogo o una secuencia perdurables. Esta Mula, además, le ha servido al maestro para regresar a la interpretación compartida con la dirección. Debió serle difícil sustraerse al caramelo de esta historia idónea para una última (perdón, penúltima) interpretación crespuscular. Si hace diez años puso rostro al Walt Kowalski de Gran Torino, ahora elige un personaje concomitante con aquél y con su propio perfil. Un veterano de guerra solitario con una mochila de experiencias tan extensa como plagada de errores. Un hombre que apura «su último cartucho» para encontrar cierta paz en la redención y el reencuentro con los suyos.
No será una de las más recordadas, pero sí una cinta recomendable por su pátina de sabiduría, su humor con retranca o su pulcra narración
Partiendo de la historia real del octogenario Leo Sharp contada por Sam Dolnick en un reportaje para The New York Times Magazine, Eastwood construye su envés de ficción a través de Earl Stone. Un meticuloso floricultor de éxito con un catálogo especializado en lirios al que el comercio electrónico dejó fuera de juego. En bancarrota y alejado de una familia que fue segundo plato en su vida, Stone salió del atolladero convirtiéndose en una de las más productivas mulas del cartel de Sinaloa. Su apariencia de viejo despistado con un impoluto historial al volante lo hacían perfecto para el trabajo. Tanto que los narcos mexicanos lo apodaron cordialmente como ‘tata’ tras una década de fructífera colaboración.
Ésta es la premisa del guión de Nick Schenk, pero del relato de Mula interesa más su epidermis emocional presente en la fracturada relación de Stone con su familia. Este tema, de hecho, es recurrente en películas protagonizadas por Eastwood. Su William Munny redimió su vida de forajido despiadado tras acompañar a su mujer Claudia en sus últimos días en Sin Perdón, el entrenador de púgiles Frankie Dunn recibe devueltas las cartas de perdón enviadas a su hija en Million Dollar Baby y el gruñón Walt Kowalski se reencuentra con los suyos a partir de su casual amistad con un chico vietnamita en Gran Torino. En Mula, Earl Stone también trata de recuperar una vida familiar maltrecha después de haber dado la mejor versión de sí mismo de puertas afuera. La expiación de tantos errores y ausencias llegan, en palabras de su nieta, en una “floración tardía” que discurre en paralelo a su inopinada labor como conductor para un cartel mexicano. Esta otra parte de la película más crematística flojea por repetitiva y termina por alargar más de lo necesario el conjunto.
Trabajo actoral aseado de un Eastwood inexpresivo como de costumbre y de un conjunto de secundarios ya conocidos por él: Bradley Cooper, Michael Peña, Laurence Fishburne o su propia hija Alison Eastwood. Sólo Dianne Wiest no había colaborado antes con el director y borda su papel de ex mujer de Stone. La realización no se despega un ápice de un estilo clásico marca de la casa y, en conjunto, la cinta cuenta con un buen ritmo sólo lastrado por una floja trama policial. No será una de las más recordadas, pero sí una cinta recomendable por su pátina de sabiduría, su humor con retranca o su pulcra narración. Un nuevo regalo, otro más de este grande, digno de agradecimiento.