«(…) ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».
Soliloquio de Segismundo en La vida es sueño (Pedro Calderón de la Barca)
La ambivalente condición de disfrute y sufrimiento de los sueños los convierten en experiencias tan codiciadas como repudiadas. Pueden ser un plácido lugar acolchado para la mente o un ingrato páramo propicio para lo peor de nuestro subconsciente. También el cine nos los ha mostrado como un peligroso espacio donde un tipo con la cara quemada, jersey a rayas y una manopla con cuchillos nos puede aniquilar; por cierto, el último ‘remake’ de Pesadilla en Elm Street me resultó irrelevante. En el caso de Origen, Christopher Nolan utiliza el mundo de lo onírico como soporte de un thriller tan inteligente como audaz. El director y guionista inglés vuelve a tejer una historia de muñecas rusas al estilo de su excelente Memento dotándola de la potencia audiovisual de su magnífica El caballero oscuro. Y el resultado es tan convincente que mi reflexión inmediata es clara: los grandes estudios precisan del talento de gente como Nolan. Porque su contribución es clave para conmover, entretener y hacer pensar al espectador con nuevas historias. Lo del 3D y tecnologías aledañas no dejan de ser meros subterfugios para enmascarar el raquitismo creativo de algunas productoras.
No se sustrae a reflexionar sobre cómo las personas nos refugiamos en sueños ante la ingratitud de una realidad que nos resulta escasa y ramplona.
Origen supone la reconciliación del ‘mainstream’ con el cine de calidad. Y si lo pienso bien, salvo los casos del propio Nolan o el de Zack Snyder, pocos directores han logrado tal maridaje con éxito en los últimos tiempos; antes solía ser Spielberg quien ejercía ese papel.

La película se basa en la idea de que los sueños son espacios recreables y manipulables. Un grupo especializado en ello vive del espionaje industrial a grandes magnates de los que obtienen información secreta para su posterior venta. El personaje de DiCaprio (Cobb) dirige uno de estos grupos desde hace tiempo. En un trabajo del pasado, él y su pareja (Marion Cotillard) sufrieron dramáticas consecuencias tras despertar de un largo y adictivo sueño. Con el lastre emocional de aquella tragedia sigue adelante Cobb con la única meta de poder volver junto a sus hijos: “El mayor bien es pequeño”, que diría Calderón. Un último trabajo le permitiría borrar sus antecedentes criminales y regresar a EE UU al lado de ellos.
Pese a tratarse de una cinta de entretenimiento, Origen no se sustrae a reflexionar sobre cómo las personas nos refugiamos en sueños ante la ingratitud de una realidad que nos resulta escasa y ramplona. Quizá despreciando pequeños aspectos de la vida cotidiana que la hacen merecer la pena pese a todo. En esa encrucijada es donde sitúa Nolan a Cobb, enfrentándolo a sus contradicciones a través de la voz de la conciencia ejercida por el abuelo de los niños (Michael Caine). ¿Soñar despierto o soñar dormido? Ahí radica la elección.
