El argumento es sencillo. Una escritora inglesa que es invitada a un curso de literatura en Atenas. Se encuentra con amigos, antiguos conocidos, paisajes espectaculares y lugares íntimos, y nuevas incorporaciones a su mundo social. Cada cual se abre, cuenta sus experiencias, la autora les escucha, empatiza, les analiza.
El argumento es sencillo, pero se trata de una novela densa, locuaz
A contraluz. El nombre le viene como anillo al dedo. Los confidentes de la protagonista narran sus andanzas como a ellos les gusta que sean escuchadas, como les interesa relatarlas. Esa es la luz que arrojan. Después está la sombra, lo que se observa a contraluz, las creencias, las justificaciones, que cada personaje acoge para relatar sus andanzas tal como lo hace. Excesivo orgullo, vanidad, remordimiento, culpabilidad, sensualidad… Hay mucha psicología implicada, mucho de tratar de reconocer aquello que deforma el discurso, que distancia lo que los personajes cuentan de sus vidas a como realmente son sus vidas. Análisis concienzudo, radiografía. El argumento es sencillo, pero se trata de una novela densa, locuaz. Rachel Cusk se reconoce como una interlocutora incisiva y detallista. No es literatura barata. Se percibe a leguas la calidad. La capacidad de una obra redactada para incidir en las sombras del relato, en la perspectiva oculta.
No obstante, A contraluz peca de una gran falla, consistente precisamente en el trasfondo mental de quien escribe. Del mismo modo que los personajes deforman la realidad bajo una manera particular de comprenderla, se percibe claramente bajo qué ideología, qué prisma, la protagonista analiza las narraciones de sus contertulios. Casi todo es juzgado según una moral férrea, una moral de lo políticamente correcto en democracia. No hay lugar para las perversiones, para los estados morbosos, para las contradicciones. Rachel Cusk es tan destacadamente ética y lógica, basándose dicha lógica en lo políticamente correcto, que deja de soslayo lo que podría haber convertido a su obra en magna. La consideración de que nadie sabe exactamente, y hasta las últimas circunstancias y consecuencias, por qué hace lo que hace, y que las justificaciones son en verdad una teoría formulada por la persona que habla, que no es más de una de las múltiples facetas que comparten espacio en el cerebro de cada ser, sobre por qué se enfrenta a los sucesos de determinada manera.
Como conclusión, a pesar de la calidad intrínseca, y del esfuerzo de desarrollar, de contar, uno llega a aburrirse. A contraluz no ofrece nada nuevo. Agarro un libro de ética del instituto, y los argumentos que expone son aquellos que la protagonista acoge para alimentar su sagacidad frente a los sucesos de su entorno.