La primera vez que vi Amadeus era aún un niño y apenas entendí la película ni la seguí con la debida atención, dada su larga duración. Pero en mi memoria siempre quedaron imágenes residuales de esa especie de fantasma negro que visitaba a Mozart por la noche, como si se tratara de la mismísima muerte rondándole, y que le encargó su última e inconclusa obra: el Requiem. Tampoco olvidé esta secuencia que os dejo. Porque, en ella, escuché por primera vez una de las piezas más conocidas de esta magnífica obra fúnebre: el Confutatis. Estos primeros descubrimentos, cuando uno se halla ante películas de la magnitud de Amadeus, son difícilmente olvidables y tienen propiedades cuasi epifánicas. En esta secuencia, situada al final del magnífico filme de Milos Forman, el maestro Salieri (un soberbio F. Murray Abraham) toma al dictado de un moribundo Mozart (Tom Hulce) las notas que restan para concluir una de las más bellas obras creadas para una Misa de difuntos. La brillantez de esta secuencia, tras todo lo narrado con anterioridad en la cinta, radica en la emoción que traslada ese intercambio de frases técnicas sobre notas musicales entre un mediano compositor y un genio de la música a quien aquél odia y envidia con la misma intensidad que ama a su música. Disfrutadla.
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