Esta secuencia, que llevaba tiempo con ganas de incluir en el blog para escribir algunas líneas acerca de ella, fue la que derribó un mito hollywoodense. Henry Fonda, una de las leyendas del Hollywood dorado, un hombre habituado a encarnar papeles de personajes bondadosos, dilapidó toda esa aureola cuando en esta secuencia apretó sin pestañear su gatillo para asesinar a un niño indefenso. Era la presentación del despiadado Frank en Once upon a time in the west (Hasta que llegó su hora), la joya que cerraba y coronaba el subgénero del ‘spaghetti western’ creado por el genio Sergio Leone. Y como era habitual, otro italiano, el maestro Ennio Morricone, acompañó a la perfección con su música esta cinta, calificada por el propio director como de “una danza de muerte”.
La estructura de la secuencia, como casi todas las de este filme, es perfecta de cabo a rabo. También lo son la elección de planos, los movimientos de cámara y ese ritmo terroríficamente lento para recrear los ademanes y gestos de unos seres conscientes de que sus vidas tienen una corta fecha de caducidad. La tensa calma del comienzo de la secuencia, al igual que en los brillantes títulos de créditos iniciales, precede un acto brutal. La tragedia se cierne sobre la familia McBain, ilusionada por la llegada de la nueva esposa (Jill, una bellísima Claudia Cardinale) del viudo Frank.
Dicen que, cuando se estrenó la película en EE.UU., allí se modificó la escena para evitar que Fonda apareciese como un asesino de niños a sangre fría. Y lo cierto es que Leone era consciente del fuerte impacto que tendría para el público ver a Fonda metido en la piel de este sicario al servicio de un ambicioso empresario del ferrocarril. El italiano, con esta cinta, demostró ser uno de los grandes directores del western, con un estilo personal y reconocible, pero fiel a la leyenda propia de este género típicamente norteamericano. Fonda, por su parte, demostró que, más allá de las convenciones, era un actor soberbio con una sobrada capacidad de registros.