En la galería de personajes de ficción construidos sobre ciertos lugares comunes, el policía corrupto ha protagonizado no pocos relatos. Suele ser un tipo duro, de aquilatada experiencia callejera y con métodos expeditivos y heterodoxos en la aplicación de la ley. Seres violentos y alcohólicos (Nick Nolte en Q&A), urdidores de lucrativos negocios tirando de placa (Richard Gere en Asuntos sucios), sheriffs cuyos ascensos se sustentan en métodos propios del salvaje oeste (el tándem Kurt Russell–Brendan Gleeson en Dark Blue)o agentes practicantes de una fisiocracia policial con delincuentes que les llenan el bolsillo y conservan un precario equilibrio en las calles (Michael Chiklis en la serie The Shield o Denzel Washington en Training Day). En algunos relatos también son presentados como seres autodestructivos enganchados a cuantos vicios pueblan su hábitat, desde drogas y prostitución hasta robos y apuestas (como esta Teniente corrupto, de Herzog, o la cinta que inspira a ésta, la de Ferrara protagonizada por Keitel).
Todos estos personajes alejados de la más mínima ejemplaridad policial son, en cambio, agentes con olfato, hábiles rastreadores de pistas y, probablemente, los más indicados para resolver los crímenes más difíciles o atrapar a los peores delincuentes. Es lógico, ya que no disciernen entre su vida y el trabajo. Deambulan en sus coches de un lado a otro, sin horario, visitan a diario los peores tugurios y departen cotidianamente con los trapichas de la zona. Como consecuencia, su vida familiar es inexistente o un reducto del pasado al que acuden de visita de cuando en cuando.
Herzog ha recurrido a algunos de estos rasgos para su libre reinterpretación del personaje creado por Abel Ferrara. Pero la propuesta del realizador alemán carece del simbolismo católico de la dirigida por el neoyorquino. El teniente encarnado aquí por un Nicolas Cage más entonado que en pobres trabajos recientes es un yonqui y un ludópata de las apuestas deportivas, al igual que la versión de Keitel, pero su caracterización es menos extrema y lúgubre. Y en general, el tono de la película del director de Grizzly Man es menos oscuro y trascendente respecto a la fuente original. Pero el filme funciona como irónico envés cuasi cómico, dado su paródico final feliz, de esta historia sobre la autodestrucción de un servidor de la ley con una doble vida en la que cohabitan una larga hoja de servicios con un largo expediente delictivo.
Aunque lo que más me llama la atención de estas cintas, y de referentes similares, sea su visión de los policías como profesionales más eficaces cuanto mejor conocen los charcos que pisan pese a que éstos, a veces, les salpiquen más de lo debido. Parece el peaje a pagar por tanto descenso al infierno.