Un cuelgue tran histriónico como excesivo
El fructífero maridaje cinematográfico de Scorsese y Di Caprio acaba de parir su película menos convencional, la más irreverente y, probablemente también, las más cómica y sobredimensionada en su metraje. Porque El lobo de Wall Street no se limita a relatar la historia de ascenso y caída del ex broker Jordan Belfort, sino que logra trasladar esa sensación de cuelgue continuo de sus protagonistas a un público que, atónito, asiste a una descolocante experiencia de tres largas horas. El relato se podría haber zanjado en mucho menos tiempo, pero tanto el actor como el director de origen italiano no se resistieron a recrear con pasmosa minuciosidad situaciones tan grotescas como absurdas en este carrusel de gamberradas (impagable resulta la secuencia en la que un Belfort completamente ido pretende conducir su Lamborghini). Sin afán doctrinario y evitando moralina alguna, la cinta se convierte en un gran chiste protagonizado por una pandilla de yonkis tan enganchada a todo el espectro de drogas como a su indisimulada avaricia monetaria.
Se trata más de un filme de humor cuasi absurdo que de un aleccionador relato sobre la impúdica codicia imperante entre la jauría de Wall Street
Y es que como le dice a Belfort su mentor, el broker Mark Hanna encarnado por Matthew McConaughey en una breve pero estelar aparición, su trabajo sería inabordable sin estar en un estado de cuelgue perpetuo. El mismo que la cinta asume como punto de vista en un guión por momentos desmadejado y que, en el desarrollo de su relato, corre el riesgo de perder el hilo de una historia condensable en muchas menos secuencias. Porque a ‘El Lobo’ le sobran 40 minutos utilizados para remarcar y añadir más histrionismo a cada una de las peripecias protagonizadas por Belfort y su pandilla de fieles seguidores.
Al margen de la siempre modélica dirección de Scorsese, la cinta crece hasta el notable apoyada en los hombros del soberbio trabajo de un DiCaprio cada vez más versátil y firme como intérprete. Desde Gans of New York, pasando por El Aviador, Infiltrados y Shutter Island, la sociedad DiCaprio-Scorsese había pisado por territorios muy dispares pero siempre dentro de los márgenes del drama. Ahora, en esta cinta, con guiños a la futil verborrea tarantinesca o a payasadas propias de los Farrelly, Scorsese se ha destapado como un cómico tan irreverente como insospechado. Porque se trata más de un filme de humor cuasi absurdo que de un aleccionador relato sobre la impúdica codicia imperante entre la jauría de Wall Street.
La caza (2012, Thomas Vinterberg)
Esta cinta danesa, firme aspirante al Oscar de habla no inglesa, podría pasar por el típico telefilme de sobremesa. Pero no. Principalmente porque cuenta con un interpretación de sobresaliente de un contenido Mads Mikkelsen y con un guión sólido al servicio de un drama social que sabe tocar las teclas para revolver al público frente a la injusta defenestración de un inocente. La cinta pone en tela de juicio la hipocresía de una comunidad capaz de repudiar a uno de los suyos sin fundamento alguno. Tan fría en su relato como la gélida sociedad danesa, uno asiste entre el estupor y la compasión a este apedreamiento en plaza pública por parte de quienes creen estar libres de pecado.
12 años de esclavitud (2013, Steve McQueen)
Quizá sea la película que mejor y, de manera más precisa, haya abordado la denuncia de ese período que daba curso legal a la esclavitud. En un país considerado cuna de la democracia y de las libertades, la cinta narra la historia real del músico Solomon Northup (magnífico Chiwetel Ejiofor), un hombre libre secuestrado y puesto a subasta como mercancía para el uso, abuso y disfrute de sus amos. Película de denuncia sin ambages, de revolver conciencias, y hasta estómagos, pero sin enfatizar en su drama, sin subrayar emociones ni restarlas. Steve McQueen deja a un lado su perfil de director de cine de autor (Shame, Hunger) y se pone al servicio de una historia cuyo tema debe tocarle de lleno dado su origen afrocaribeño. Remueve conciencias y conmueve con el drama de un hombre reducido a mercancía en un engranaje social tolerante con la compraventa de seres humanos.