«Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro», con esta frase del historiador francés W. Durant comienza la nueva película de Mel Gibson. Es el prólogo de una cinta que resulta más apabullante por su potencia visual que por su mensaje subyacente condensado en la cita anterior. Una arriesgada apuesta de un director ajeno a modas de la industria o a intromisiones comerciales. Porque se tiene que estar muy al margen de todo ello para rodar una película sobre el final de la otrora poderosa civilización maya, hacerlo en yucatec y con un reparto de actores sin experiencia previa reclutados desde México, Nuevo México, el Sur de California, toda América Central y Canadá. Y el resultado es una magnífica cinta en todo su andamiaje audiovisual e interesante en su relato, claramente dividido en dos: la presentación de la vida tribal de una aldea, y la destrucción de ésta a manos de una fuerza invasora diezmada por las enfermedades que, con pavor, achacan a la furia de sus dioses.
Su excesiva violencia ha generado no pocas polémicas entre quienes la consideran una difamación de la civilización maya
Antes de ese punto, Gibson hace una aproximación con el mayor afán de verismo posible a la vida cotidiana de los miembros de una aldea maya: dedicados a la caza y la crianza de sus hijos. Se toma su tiempo el filme en describir aquella vida en la que se respetan las leyes de la naturaleza y los ancianos son venerados como fuente de sabiduría. Pero la semilla de un destino terrible ya es plantada en ese prólogo cuando Jaguar Paw (Rudy Youngblood) contempla un hecho que la inquieta durante una jornada de caza. Por primera vez en su vida el miedo se apodera de él de forma extraña; una desagradable sensación de la que su padre le advierte severamente como si ésta fuese una peste capaz de contagiar a todo su pueblo.
Y con miedo asistirá el espectador a la salvaje destrucción de la aldea de Jaguar Paw. Ahí es donde comienza una segunda parte del relato más familiar para el espectador, con la estructura típica de una cinta de acción pero, en este caso, envuelta toda ella por unas potentes imágenes rodadas con el nervio de quien maneja con absoluta destreza el lenguaje del cine. La riqueza de recursos con la que están rodadas las persecuciones y las luchas apenas tienen parangón. Y aún así no desaparece en esta parte el halo poético de todo el conjunto.
En esta adrenalítica parte del metraje, Paw asistirá a la cruel destrucción de su pueblo y al terrible abandono de los niños tras ser capturados todos los adultos. Ellos serán conducidos a una gran ciudad maya en pleno declive, azotada por la enfermedad, la corrupción y el esclavismo. Las mujeres serán vendidas como esclavas, mientras que los hombres serán conducidos a una gran pirámide-altar para ser sacrificados como ofrendas a Kukulkan, el gran dios del Sol, a quien ruegan porque cesen la sequía y las plagas. La suerte, en forma de eclipse, le salva el pellejo a nuestro protagonista, quien tiene una poderosa razón en su aldea para luchar por su vida hasta la extenuación.
Como si de una cacería se tratase, en la que los papeles de cazador y presa se invierten constantemente, Paw será perseguido por sus captores una vez consiga escapar. En esta parte, siguiendo la tónica general del filme, la explícita violencia se agudiza. Una violencia que ha acarreado no pocas polémicas, no sólo por ser excesiva hasta la repulsión, sino porque quienes se consideran herederos de ese pasado califican el filme como una difamación de la civilización maya.
No sé hasta qué punto el rigor histórico ha flaqueado para sucumbir a ese lado tan ‘gore’ de Gibson. Por ejemplo, en el artículo que enlazo hablan de que se describen «a los mayas como practicantes del sacrificio humano, al sacar el corazón de la víctima en un espectáculo público en la cima de una pirámide. Éste era un ritual azteca y no maya, un hecho muy conocido para cualquier estudiante de historia mesoamericana (…)». No obstante, el conjunto del relato es más que notable y en su epílogo remacha el argumento expresado en la cita de Durant.
Otras opiniones…
Rosenrod, de Dioses y Monstruos: «Con la extraordinaria Apocalyto, Mel Gibson llega a su madurez como director. Una obra maestra admirable, llena de nervio y firmada por alguien que respira cine».
Jose, de Cine: «Mel Gibson lleva a rajatabla uno de los primeros principios del buen guión: al heroe hay que maltratarlo».
Cineahora: «Creo que este tipo acaba de inventar un nuevo (sub) género: el gore-histórico. Será un bocazas y un alcohólico, pero por muchas cabezas que rueden, que no sea la suya. ¡Cómo filma este tío!»